domingo, 17 de junio de 2012

NOTA A PROPÓSITO DEL DÍA DEL PADRE de Ligia Álvarez Para decir la verdad nunca he considerado celebrar el día de la madre o del padre. En realidad estoy de acuerdo con todos aquellos que piensan que las figuras maternal y paternal pueden ser resaltadas durante todo el año y las personas merecedoras de felicitaciones y reconocimientos recibirlos en cualquier momento. El tercer domingo del mes de junio es el llamado día del padre. Los comerciantes aprovechan para promocionar y por ende vender sus productos porque los padres deben ser obsequiados y mientras mejor ha sido el padre más caro debe ser el obsequio. Esta es la visión capitalista del asunto. Tal vez por eso rechazo tal celebración. En mi opinión no es preciso esperar hasta junio para regalarle amor a quien de verdad lo merece. No todos los que han engendrado y ayudado a traer hijos al mundo merecen agasajos. Durante los años de vida que tengo, he sido testigo de padres que abandonan a sus hijos. Yo misma soy una hija abandonada por su padre. Mis progenitores se casaron y al mes se separaron. Sin embargo solamente treinta días fueron suficientes para que mi madre quedara embarazada. Nací y fue al mes de tal acontecimiento cuando él fue a conocerme, ese día me llevó una cuna playera (antes dormí en muebles acomodados por mi mamá y mis abuelos maternos para tal fin) y tomó muchas fotografías. Después se marchó y no supe más de él hasta que cumplí más o menos los 12 años. No fue iniciativa de él dicho reencuentro, fue mi abuela paterna quien hizo todas las diligencias y contactos para lograrlo. Recuerdo que mi madre era quien me llevaba a visitarlo porque por su iniciativa no nos veíamos, a él le parecía muy peligroso el sitio donde nosotras vivíamos. Aquellas visitas llegaron a su fin con la muerte de mi abuela, su madre. Él tuvo que abandonar la casa que habitaba con ella puesto que uno de sus hermanos era el dueño de la vivienda y exigió su desocupación para alquilarla. Se mudó a una pensión, obtuve su número telefónico y con regularidad lo llamaba para saber cómo se encontraba. Cuando inicié mis estudios universitarios le pedí el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, los libros El Principito y Platero y yo. Con diligencia me los llevó a casa arriesgándose esta vez a ir a un sitio tan peligroso como era donde yo habitaba, según él. Me casé y lo invité, esta vez no se arriesgó porque no se presentó, sin embargo me prometió un regalo grande como una nevera o una cocina, pero ni la una ni la otra llegó. Realmente, no las necesitaba, su presencia hubiera sido más que suficiente. Un día decidí no llamarlo más porque debido a los problemas de audición que comenzó a desarrollar no era posible la comunicación telefónica. Después de mucho tiempo, resolví llamarlo de nuevo pero ya el número no estaba disponible. Pasaron unos cuantos años más, ya estaba yo estudiando un postgrado, lo encontré en el centro de la ciudad, conversamos un poco y yo le hablé de mi satisfacción por estar estudiando literatura, me dijo que a él también le gustaba mucho pero que no la entendía por no tener estudios ni lecturas. Recuerdo que me halagó expresando que yo era una muchacha “muy popular”, lo cual quería decir que era bastante sencilla. Después no supe más nada de él. Tal vez falleció, nació en el año 1913 y le llevaba más de veinte años de diferencia a mi mamá. No quiero concluir este escrito sin hacer un reconocimiento al señor Pedro Sabas Rebolledo, el progenitor de mi madre, mi abuelo que fue realmente mi padre. Me dio amor, cuidados, me acompañó durante mi niñez y soportó mis desplantes de adolescente y estuvo conmigo hasta los 24 años. Me apoyó en todo momento y sobre todo, me amó. Todavía lo amo porque el amor verdadero, aunque suene cursi, nunca muere.

Texturas. Voces femeninas del teatro venezolano contemporáneo (2)

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