jueves, 14 de abril de 2016

UN DÍA DE MERCADO



En mi infancia, acudir al mercado era un acontecimiento feliz, una celebración, una fiesta. Se erigía como un tiempo de alabanza. Lo veíamos como un día de agradecer al creador el poder adquirir el sustento.
Con siete años, iba con mis abuelos y mi madre al templo de la abundancia en la búsqueda de las frutas, las verduras, carnes, pescado fresco, o leche.  Cada espacio poseía  un olor particular.  Las frutas y verduras me trasladaban al campo. La leche me recordaba la vaca risueña de la televisión. El pescado me hacía añorar el mar. La carne era lo que menos me gustaba. Recuerdo a mamá diciéndome que me la comiera en el almuerzo y yo me negaba porque no quería  engullir un cadáver. Ella reía y respondía:
“entonces anda y le pegas un mordisco a una vaca viva”.
No olvido los anchos y largos pasillos del  mercadito de la niñez. El corredor que más me gustaba: el de las galletas y caramelos. Las compotas me enloquecían y los cereales azucarados me encantaban.
Llenábamos el carrito con necesidades, curiosidades y antojos. A veces había que devolver  artículos porque nos pasábamos del presupuesto. Pese a todas las congojas llevábamos para quince días. Transcurridos los cuales volvíamos a emprender el camino al mercado.
Hoy,  el mercado tiene otra dirección.  Se mudó a la calle de la tragedia. El disfrute quedó atrás, ya ni  su sombra se ve. Es el mercado donde se compran tristeza, silencio, pesar, ofensa,  cansancio,  pesquisa al salir.  Todos estamos apremiados de alimentos y todos estamos propensos a saquear, según los dueños, o empleados-esclavos que  en realidad me despiertan  una  piedad hermana del desprecio.
Escucho:
“Despégate de ese refrigerador, salte de él y sonríe, sonríe aunque no tengas ganas, o carezcas de fuerza. Sonríe así tus hijos vivan famélicos. No importa más nada, solamente muestra la cédula  y sigue la flecha y no te vayas por otro camino. Apúrate que no vas a conseguir nada.  Si  hoy no le toca a tu  número, vete a llorar al valle, no me importa que tu nevera esté vacía  porque  la mía está llena. Tengo privilegios, tengo un amigo que trabaja en el súper y me cuadra una paca, y la leche fresca y el café oloroso que despierta”.
Los nuevos comerciantes informales del siglo XXI, y los ciudadanos  honorables  se confunden como se mezclan los que pueden pagar y los que después de seguir  la lógica de la cola se les imposibilita costear el alimento del cuerpo y únicamente están destinados a nutrir el alma con los estómagos vacíos.
Todo esto pensaba yo,  mientras resignada daba diez pasos cada veinte minutos hacia un adelante que me llevaba hacia atrás y me hundía en la fosa más insondable durante  seis horas. No lo vuelvo a hacer, esta es la última. No perderé horas de mi vida así: prefiero vivir, vivir con apetencia insatisfecha  pero vivir y no existir. Vamos, sal de este infierno. Te espera un mundo, el teatro, la poesía, la música. Vamos, date prisa y enciende la luz, ahí al final  ¿no ves la vela? Extiende la mano.  La encontrarás.  (Creo que no es necesario decir, que hoy fue mi día de hacer cola).Ligia Álvarez


Texturas. Voces femeninas del teatro venezolano contemporáneo (2)

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