Yo aparezco cada vez que una
escritora me piensa
Mi escritora favorita y mi inspiración. |
De luto en Europa. |
Aquí yace y fue en este lugar donde la entrevisté en mis sueños. |
Entrevista imaginaria a Teresa de la
Parra por Ligia Álvarez
Pasos perdidos que sin embargo me
llevaban hacia la avenida Panteón. No entendía el porqué pero iba
con la firmeza y seguridad que experimentamos cuando alguien
aguarda por nosotros. Hacía media hora que el calor sofocante y el
insomnio me sacaron de la cama. No me detuvieron el peligro, ni la
oscuridad. Tenía la certeza de que alguien me esperaba. Lo que no
sabía era quién. Así que seguí cuesta arriba por la avenida
Fuerzas Armadas hasta alcanzar la avenida Panteón. En mi caminar
nocturno uno que otro individuo logró sobresaltar mi perseverancia
pero al mismo tiempo sentí que una presencia invisible guiaba y
custodiaba mis pasos. Minutos menos, minutos más, llegué al Panteón
Nacional. El edificio histórico me invitaba a penetrarlo, abrió sus
puertas majestuosamente e ingresé. Aquel ambiente solemne,
silencioso y en penumbras atemorizó mis sentidos. De repente
apareció ante mí una figura delgada y refinada. Llevaba un vestido
largo color blanco de fina tela, calzaba zapatos negros de tacón
bajo. Lucía su cabello oscuro muy corto hasta el inicio de la nuca,
dividido en dos partes. Casi no usaba maquillaje, salvo el color
rosado que resaltaba en sus labios. Desde su delicado cuello y sus
orejas, dos joyas brillaban en la oscuridad. No comprendí nada al
inicio, tal vez fue mi incrédulo rostro lo que hizo que ella
estallara en una sonora carcajada.
Liyita, -me interrogó- ¿No eres tú
la que quiere escribir una obra de teatro sobre mí?
Un poco aturdida por escuchar el
diminutivo familiar de mi nombre respondÍ:
Disculpe, no entiendo… pero usted
se parece a … ¿es que acaso no es…?
Ana Teresa Parra Sanojo-afirmó.
¡Teresa de la Parra! –exclamé
Sí la misma que escribió los
libritos Las Memorias de
Mamá Blanca e Ifigenia.
¿Libritos? Yo diría librotes.
Librito lo dije por cariño, no
siempre el diminutivo sirve para reducir, también lo podemos emplear
para expresar mucho afecto, librito es una palabra más bien mimosa.
¿Y sabes? librote también podría significar mucho peso pero poco
valor. Dime, ¿Y cómo piensas llamar la obra?
Teresa en Caracas.
Sabes que me gusta el título. Sobre
todo por lo de Caracas. Siempre adoré Caracas, mentí muchas veces
cuando inquirían sobre mi lugar de nacimiento. Realmente nací en
París, donde papá se encontraba en misión diplomática. Pero yo
siempre estuve impregnada por el perfume evocador de la tierra
querida, situada en pleno trópico.
Caraqueña perdida en el lejano
oriente.
¡Ah! Estás haciendo referencia a
Diario de una caraqueña
por el Lejano Oriente. La
que realmente hizo el viaje fue María, mi hermana, pero la escritora
era yo y plasmé su aventura en el papel. Si mi memoria no falla
escribí el diario en 1920, salió publicado en la revista
Actualidades,
dirigida por Rómulo Gallegos. No sólo tomé del viaje que emprendió
María al Lejano Oriente también de otros viajes que hizo. ¿Por
qué querías verme?
Quiero entrevistarte, Teresa.
Escribir una obra de teatro requiere conocer muy bien los
personajes, escudriñar los secretos más ocultos. Al menos eso es lo
que me enseñó mi maestro de dramaturgia. Me dormí pensándote y
ahora me despierto ante ti.
¿Acaso crees que has despertado?
Conmigo sólo se puede conversar en sueños.
Suelo tener un sueño muy ligero,
todo me despierta, hasta el sonido de las alas de una mariposa,
entonces vamos a proceder a la entrevista, no quiero perder tiempo,
podría despertar para mí pesar. ¡Pero qué cosa! No traje nada, ni
una libreta.
Bien, eso no importa. Recordarás cada
palabra que emerja de mis labios.
¿Cuando viviste en Venezuela
siempre permaneciste en Caracas?
No siempre, desde antes de mis
recuerdos viví en la hacienda Tazón, muy cerca de Caracas. Fue
ese ambiente campestre y sencillo el que quise transmitir en mis
Memorias.
Pero cuando contaba con tan sólo 8 años, papá murió, al poco
tiempo, mamá decidió que nos marcharíamos a España. Estudié en
el colegio Sagrado Corazón, de allí son los personajes María
Eugenia y su amiga Cristina de Ifigenia.
En la época en que escribiste
prevalecía el Criollismo, lo masculino, lo elocuente, la política
en la literatura. Tú te alejaste de esa tendencia.
Me mantuve firme a otras convicciones.
Dejé a los hombres esos temas. Yo quise fortalecer lo femenino.
Recuerda que en esa época la mujer era considerada débil y debía
contar con el aval masculino, pero me rebelé a todo ello. Me
fascinaba el habla coloquial caraqueña pero jamás quise que
reproducirla fuera el fin de mi obra, sólo busqué emplearla como un
recurso.
¿Recuerdas tus primeros escritos?
Fueron unos versos, estudiaba en el
colegio por allá en 1909, todavía no tenía 20 años. Los compuse
para el día de la Beatificación de la Madre Magdalena Sofía Barat.
Recibí un reconocimiento, un premio escolar, fue el primero, desde
ese día comencé a pensar que la escritura me venía bien. Era algo
natural que en mi nacía, y la hoja y la pluma se convirtieron en mis
compañeras inseparables.
Mis ojos se detienen en sus finos
dedos, uno de ellos decorado por un hermoso anillo.
¿Es de esmeraldas tu anillo?
Esmeralda verdadera.
En estos tiempos no se pueden usar
sin poner en peligro la vida.
Realmente es la sombra del que fue,
porque el verdadero se lo dejé a una amiga cuando morí. Este anillo
tiene una trascendencia en mi vida, y dudo que pueda ponerla en
peligro ni en los tiempos antiguos ni en los modernos. Me lo dejó de
legado mi gran amiga Emilia Ibarra. Nunca más quise desprenderme de
él ni siquiera en este plano atemporal en el que continúo viviendo.
¿Quién fue Emilia y que significó
para ti?
Emilia fue mucho más que amistad,
trascendió ese sentimiento que por sí ya es profundo. Durante
muchos años viví en su casa. Emilia Ibarra de Barrios Parejo era su
nombre completo. Era para mí todo un mar de cariño. Después de su
muerte no hice sino pedir limosnas de ternura y en las noches en mi
cama buscaba mendrugos y al no encontrarlos las tristezas subían y
luego bajaban por mis mejillas. Recuerdo que en los buenos tiempos,
organizaba en su casa tertulias con escritores consagrados. Fue ella
quien inspiró la creación de Mercedes Galindo en Ifigenia.
Allí conocí a José Rafael Pocaterra quien me invitó a escribir en
su revista Lectura Semanal.
Emilia falleció en 1924, le dediqué Ifigenia: ¿recuerdas? A
ti, dulce ausente, a cuya sombra propicia floreció poco a poco este
libro. A aquella luz clarísima de tus ojos que para el caminar de la
escritura lo alumbraron siempre de esperanza, y también, a la paz
blanca y fría de tus dos manos cruzadas que no habrán de hojearlo
nunca, lo dedico. Emilia
era bella, pero además de bella, encantadora. Cuando hablaba parecía
que se interpretaba a sí misma. Empleaba las manos, la boca, los
ojos, la cabeza, la voz, la sonrisa, todo. Era sutil y armoniosa,
poseía mil matices y a los mil los amé. Cuando murió me sumí en
una tristeza sin final, llevé luto en el corazón el resto de mis
días. A ella le debo haber vivido no con riquezas pero sí independientemente porque me dejó el usufructo de su fortuna, bajo
la condición de que permaneciera soltera. Para mí no fue un
sacrificio porque jamás quise atarme a ningún hombre pero a
Emilia sí estuve atada. Conservé conmigo su fotografía. Cuando
morí en 1936, dejé instrucciones expresas para que fuera colocada
junto conmigo en mi ataúd. Mis emisarios cumplieron la tarea, sólo
que de lo que de mí quedó fue trasladado dos veces. Una vez de
España hacia el Cementerio General del Sur en Caracas y después a este
panteón, a esta iglesia de la Santísima Trinidad que es donde hoy
reposo y solamente retorno al mundo exterior en momentos especiales.
¿Teresa que había en ti de María
Eugenia?
Todo y nada. Todo porque en este
personaje están plasmadas las rebeldía juveniles y nada porque
definitivamente siempre me rebelé contra las imposiciones de la
sociedad en la que me tocó vivir. En mis tiempos, muy pocas mujeres
escribían. Ése era un mundo masculino. Yo entré en ese ambiente,
no me conformé con ser un elemento decorativo en las recepciones de
los grandes cacaos de Caracas, de los amos del valle. Yo quise ser
yo. Mucho se me criticó en la época en que viví en casa de Emilia,
se decían atrocidades. Pero lo cierto es que lo que se hacía en
aquellas sabrosas reuniones era discutir sobre las tendencias
literarias, y artísticas en general. También ejecutábamos el piano
o la guitarra y siempre había quien leyera sus poemas u otros
escritos. Aquello era vivir. María Eugenia, no se conformaba con el
papel que le tocó en la novela de su vida, se rebeló pero eso no
fue suficiente, al final hizo lo que la sociedad le impuso. Yo en
cambió no me dejé imponer nada. A mí nunca me gustó que el
banquete fuera sólo para los hombres, yo irrumpí en él ¡y cómo
lo disfruté! Ifigenia
es eso, mis palabras en contra de la sociedad que no permitía a la
mujer expresarse con su voz propia.
¿Se dice que fumabas y que hasta
manejabas un automóvil que para la época eran cosas inaceptables en
una mujer?
Si no me equivoco fui la primera mujer
en manejar un automóvil en Caracas. Recuerdo como todos se detenían
a mirarme.Las mujeres criticaban pero en el fondo sentían envidia y
los hombres condenaban pero al mismo tiempo deseaban aproximarse a
mí. Claro eso era tan raro, Caracas realmente era una provincia
entonces. Cuando se enteraban de que yo conduciría, aquello era como un
espectáculo público, un circo. Toda Caracas se asomaba a la
ventana, toda Caracas se detenía en las aceras ¿Y yo? Felicísima.
Toda Teresa, toda de la Parra.
¿Qué significó para ti Gonzalo
Zaldumbide?
Yo sentía por los hombres terror,
pero por Gonzalo sólo miedo. ¡Cómo me hubiera gustado que me
quisiera con alma de mujer! El canto de su amor lo veía y sentía en
todos lados, ¡tú y siempre tú, Gonzalo!, ¡hasta en el amor o en
el deseo que se levantara a mi paso! A veces su amor me hacía
sentirme triste, triste, triste.
¿Y Lydia Cabrera?
Una escritora cubana.
Lo sé pero, ¿Qué significó
Lydia Cabrera en tu vida?
Fue mi amiga inseparable desde que la
conocí en 1927 hasta mi muerte. Le dejé mi anillo de esmeraldas. A
ella le debo la compañía y cuidados que tanto se requieren cuando
estamos sufriendo de muerte. Me brindó mucho afecto. No olvido las
inyecciones de aceite alcanforado que tanto me aliviaron, igual que
sus palabras, su preocupación verdadera. Por mi enfermedad descuidó
sus cosas, su atelier, su escritura. Se encerró conmigo en el
sanatorio suizo, de vez en cuando regresaba a París para ver cómo
estaban las cosas, aquel tiempo breve de separación era para mí muy
largo. Mis últimos días fueron para ella noches de no dormir hasta
que llegó el 23 de abril de 1936 cuando definitivamente abandoné a
mi cabrita, a Lydia. Amiga Liyita, está por aclarar, me desvaneceré
en instantes, pero recuerda si otra vez quieres hablarme, piensa en
mí, porque yo aparezco cada vez que una escritora me piensa.
Ante mí se esfumó, y yo comencé a
observar los mausoleos, como los otros visitantes que ya habían
iniciado su entrada al imponente panteón, tratando de parecer
normal, ¡pero qué va! Mi comportamiento estaba lejos de lucir
natural. ¿y Cómo? Imposible. Acababa de entrevistar a Teresa de la
Parra.
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