Recuerdo que cuando era niña solía acompañar a mi abuela Carmen Adela, una hermosa viejecita con rasgos indígenas, oriunda de Barcelona, estado Anzoátegui, y a mi mamá al cementerio cada dos de noviembre. Íbamos a visitar la tumba donde dormían el sueño eterno mi bisabuela y un tío-abuelo. No olvido que comprábamos los mejores ramos de flores encontrados y llevábamos mucha agua para limpiar la tumba y llenar los floreros. Finalizada la pesada tarea, nos sentábamos en unas sillas de extensión que cargábamos, y en un momento que a mí se me hacía mágico, mi amada abuela iniciaba una animada conversación con nuestros muertos. Les contaba acerca de los acontecimientos felices e infortunados de la familia. A veces hasta los regañaba por ella considerar que nos tenían olvidados al no ayudarnos en algunos asuntos nada fáciles de resolver, pero que con el apoyo de ellos podrían alcanzarse. Mi abuela era la encargada de distribuir la comida y la bebida que degustábamos sobre la cripta. Ahí pasábamos la mañana hasta que al mediodía emprendíamos el viaje de regreso en el automóvil de Ligia del Carmen, mi progenitora.
Siempre me pregunté de dónde provenía ese rito y es ahora cuando lo he comprendido. Festejar a los muertos no es una costumbre extraña, todo lo contrario, ya sabemos que numerosos pueblos lo hacen con frecuencia. El pueblo Kariña, del cual era descendiente mi abuela, suele conmemorar el día de los muertos como un momento mágico-religioso de reencuentro.
Los kariña, descendientes de los bravos Caribe, habitan la mesa de Guanipa en el estado Anzoátegui. Festejan a sus muertos los día primero y dos de noviembre de cada año. Celebran el Akaatompo, para rendir culto a los seres que se marcharon. El agasajo se presenta en dos modalidades, el de los muertos niños y el de los muertos adultos.
El primero de noviembre, un grupo de niños visita las viviendas de la comunidad donde han fallecido pequeños. Cumplen el rol de los niños fallecidos en cada casa. Allí los familiares de los niños que se fueron prematuramente reciben con alegría a los niños que los simbolizan y les obsequian bebidas y alimentos. En la modalidad de los adultos, el dos de noviembre, algunas familias agasajan en su casa a un grupo de adultos que representa a sus familiares muertos con ofrendas, cosechas y además se canta y baila el Mare-mare, danza tradicional que consiste en ejecutar dos pasos para adelante y dos para atrás hasta lograr completar el círculo al compás de la música. Durante estas dos fechas anuales se recuerda con felicidad a los difuntos y se conmemoran los momentos hermosos vividos. De ningún modo habrá duelo porque para los kariña la muerte es un viaje, y el mes de noviembre es propicio para el anhelado reencuentro con los seres queridos que han partido.
Esta conmemoración nos hace sentir reconfortados a todos aquellos que hemos perdido seres queridos, porque gracias a ella no experimentamos la muerte como el final sin regreso, sino un instante en el cual nuestros seres amados emprenden un viaje y al término del mismo llega el ansiado reencuentro. La esperanza es la luz que vemos al final del camino, y nos da la fuerza necesaria para recorrer el sendero de la vida.
1 comentario:
Excelente. Interesante la manera en la que se traduce la historia.
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