Elizabeth Schön
Fue poeta, dramaturga, ensayista y columnista de prensa. Nació en Caracas el 30 de noviembre de 1921. Su infancia transcurrió en una casa de Balconcito a Truco. Según sus propias palabras tomadas de diversas entrevistas, durante su niñez estuvo rodeada de personajes, familiares y objetos que hicieron que creciera su espíritu creador (abuelos, un tío llamado Luis Ibarra que fue fotógrafo, fotografías, postales amarillentas, muñecas despelucadas, baúles de ropa en desuso o maniquíes olvidados en el tiempo, un patio lejano, un álbum familiar, y revistas pasadas de moda entre otras cosas). Su transcurrir entre Caracas y Puerto Cabello, la muerte temprana de su abuela y su madre (cuando contaba con 8 y 9 años respectivamente), sus lecturas de Hansel y Gretel o Alicia en el país de las maravillas marcaron su vida y su escritura. Cuando niña quiso hacer un libro, como el último mencionado, de las cosas que le pasaban.
Se casó en 1938 con Alfredo Cortina, pionero de la radiodifusión en Venezuela inventor, dibujante a plumilla, humorista escritor de la Caracas que se nos fue, vecino y primo de Ida y Elsa Gramcko, grandes amigas de Elizabeth.
Dejemos que sea la propia poeta que nos hable de su experiencia vital y creadora:
"Cuando era joven, tenía un mundo interno muy grande. Por ejemplo, conocía una niña, y luego me la pasaba escribiendo una especie de novela a esa niña. Me dormía a las dos de la madrugada, inventando. Otros días me la pasaba inventándome a mí. En unas era una abogada, en otras, una física o una astrónoma. Cuando me casé eso me pasó y entonces empecé a escribir poesía. Entre las cosas que imaginé, nunca me vi escribiendo poemas. A los 10 años mi delirio mayor era el de ser monja o trapecista. Todo eso vivía dentro de mí…" (Tomado de Premios nacionales de Cultura/ Literatura Elizabeth Schön 1994 Pág 19).
Su padre Miguel Antonio Schön era de origen alemán (hamburgués). Su madre, María Luisa Ibarra estaba emparentada con Ana Teresa Ibarra, esposa de Antonio Guzmán Blanco. Su familia materna, Los Ibarra, se reunía todos los domingos en la casa del centro de Caracas y por eso se popularizó la esquina donde estaba la residencia con el nombre de Las Ibarra. Tenía dos hermanas y un hermano: Luisa Amelia, Olga y Miguel. Estudió en el Colegio Chávez, más tarde literatura en el Pedagógico de Caracas, Música en la Escuela Nacional de Música y Filosofía en la UCV.
Con respecto a sus estudios filosóficos expresa:
"Desde muy niña sentí la filosofía adentro. A los doce años no quería más que leer a Marco Aurelio. Pero debo aclarar que en la filosofía existía un tono racional, una palabra racional, que no es la misma que la palabra poética. El poeta llega más fácilmente a la verdad que el filósofo. Kant tuvo que escribir páginas y páginas para explicar el problema de la existencia mientras que a Shakespeare le bastó decir ' ser o no ser, he allí el dilema de la vida'".
En 1953 aparece en Caracas su primer libro: La gruta venidera, del cual dice Juan Liscano en su Panorama de la literatura venezolana “está compuesto por prosas poéticas descriptivas de la naturaleza, pero en función subjetiva” (p. 245). El allá disparado desde ningún comienzo (1962) es su segundo libro. El mismo presenta un contenido y lenguaje abstractos. Se evidencia una búsqueda por parte de la poeta de su voz, sin embargo el verdadero tono de Elizabeth Schön no es el abstracto, a decir de Liscano. El abuelo, la cesta y el mar (1965) muestra un lenguaje despojado (sin atadura, libre) y el mundo afectivo y evocativo. Mi aroma de lumbre (1971)es un recorrido de los sentimientos y las situaciones humanas, a través de la exaltación de la palabra como intermediaria con el mundo. La cisterna insondable (1971)representa un ingreso lírico y estremecido en sí misma, a través de quien entra en contacto consigo mismo, con los otros y con la presencia de las cosas, de los entes, de la tierra.
A continuación, la siguiente lista muestra algunos otros títulos de su obra literaria:
Poesía:
Casi un país (1972)
Es oír la vertiente (1973)
Incesante aparecer (1977)
Encendido esparcimiento (1981)
Del antiguo labrador (1983)
Concavidad de horizontes (1986)
Ropaje de ceniza (1993)
Aun el que no llega (1993)
Árbol del oscuro acercamiento (1994)
Campo de resurrección (1994)
La flor,el barco, el alma (1995)
Luz oval (2006)
Obras de teatro:
Intervalo (1956)
Melisa y el yo (1958)
La mudanza y la pensión (1962)
La aldea (1966)
Al unísono (1967)
Jamás me miró (1967)
Lo importante es que nos miramos (1967)
El limpiador y la nube (1970)
Ensayo:
En torno a la obra plástica de Mercedes Pardo, María Gamundi y Elsa Gramcko.
Premios:
Premio Municipal de Literatura (1971)
Premio Nacional de Literatura (1994).
En cuanto a la escritura de poesía y de teatro, Elizabeth Schön dice:
"En la poesía hay una libertad absoluta porque la palabra en sí, encierra una libertad, un espacio y un tiempo que te hace trascender lo inmediato. Cuando hago poesía no estoy pensando en un escenario, ni estoy pensando en un actor, hay una libertad. La poesía tiene además la posibilidad de trascender, de descubrir, que también lo hace el teatro a través de otras formas…
Me di cuenta que los personajes de teatro son personajes reales, esos no son ficticios, tienen un cuerpo real, una manera real eso es lo bello que tienen, esa realidad que es la consecuencia de tu contacto, de tu vinculación contigo mismo y con el mundo; por eso yo digo que la palabra es mundo y hombre, porque es la que te traduce las cosas, te traduce el ambiente, lo que lleva de carga personal el actor, lo que lleva de carga del mundo, es lo que nos comunica”. (Tomado de Lorena Pino Montilla, 1994 La dramaturgia femenina venezolana).
Cerramos con las siguientes palabras de María Antonieta Flores:
"...Voz que padece la injusticia y el sufrimiento colectivo, en ella están el país, la comarca de la infancia y la casa, espacios que guarecen la interioridad". (Tomado de contraportada del libro Luz Oval).
Textos dramáticos, narraciones, poemas y mucho más para compartir con el mundo.
sábado, 21 de julio de 2012
domingo, 17 de junio de 2012
NOTA A PROPÓSITO DEL DÍA DEL PADRE de Ligia Álvarez
Para decir la verdad nunca he considerado celebrar el día de la madre o del padre. En realidad estoy de acuerdo con todos aquellos que piensan que las figuras maternal y paternal pueden ser resaltadas durante todo el año y las personas merecedoras de felicitaciones y reconocimientos recibirlos en cualquier momento.
El tercer domingo del mes de junio es el llamado día del padre. Los comerciantes aprovechan para promocionar y por ende vender sus productos porque los padres deben ser obsequiados y mientras mejor ha sido el padre más caro debe ser el obsequio. Esta es la visión capitalista del asunto. Tal vez por eso rechazo tal celebración.
En mi opinión no es preciso esperar hasta junio para regalarle amor a quien de verdad lo merece. No todos los que han engendrado y ayudado a traer hijos al mundo merecen agasajos. Durante los años de vida que tengo, he sido testigo de padres que abandonan a sus hijos. Yo misma soy una hija abandonada por su padre. Mis progenitores se casaron y al mes se separaron. Sin embargo solamente treinta días fueron suficientes para que mi madre quedara embarazada. Nací y fue al mes de tal acontecimiento cuando él fue a conocerme, ese día me llevó una cuna playera (antes dormí en muebles acomodados por mi mamá y mis abuelos maternos para tal fin) y tomó muchas fotografías. Después se marchó y no supe más de él hasta que cumplí más o menos los 12 años. No fue iniciativa de él dicho reencuentro, fue mi abuela paterna quien hizo todas las diligencias y contactos para lograrlo. Recuerdo que mi madre era quien me llevaba a visitarlo porque por su iniciativa no nos veíamos, a él le parecía muy peligroso el sitio donde nosotras vivíamos. Aquellas visitas llegaron a su fin con la muerte de mi abuela, su madre. Él tuvo que abandonar la casa que habitaba con ella puesto que uno de sus hermanos era el dueño de la vivienda y exigió su desocupación para alquilarla. Se mudó a una pensión, obtuve su número telefónico y con regularidad lo llamaba para saber cómo se encontraba. Cuando inicié mis estudios universitarios le pedí el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, los libros El Principito y Platero y yo. Con diligencia me los llevó a casa arriesgándose esta vez a ir a un sitio tan peligroso como era donde yo habitaba, según él. Me casé y lo invité, esta vez no se arriesgó porque no se presentó, sin embargo me prometió un regalo grande como una nevera o una cocina, pero ni la una ni la otra llegó. Realmente, no las necesitaba, su presencia hubiera sido más que suficiente. Un día decidí no llamarlo más porque debido a los problemas de audición que comenzó a desarrollar no era posible la comunicación telefónica. Después de mucho tiempo, resolví llamarlo de nuevo pero ya el número no estaba disponible. Pasaron unos cuantos años más, ya estaba yo estudiando un postgrado, lo encontré en el centro de la ciudad, conversamos un poco y yo le hablé de mi satisfacción por estar estudiando literatura, me dijo que a él también le gustaba mucho pero que no la entendía por no tener estudios ni lecturas. Recuerdo que me halagó expresando que yo era una muchacha “muy popular”, lo cual quería decir que era bastante sencilla. Después no supe más nada de él. Tal vez falleció, nació en el año 1913 y le llevaba más de veinte años de diferencia a mi mamá.
No quiero concluir este escrito sin hacer un reconocimiento al señor Pedro Sabas Rebolledo, el progenitor de mi madre, mi abuelo que fue realmente mi padre. Me dio amor, cuidados, me acompañó durante mi niñez y soportó mis desplantes de adolescente y estuvo conmigo hasta los 24 años. Me apoyó en todo momento y sobre todo, me amó. Todavía lo amo porque el amor verdadero, aunque suene cursi, nunca muere.
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