EL FANTASMA, LA CLARIVIDENTE Y EL CABALLO
Cuentan los ancianos del municipio Pedro María Freites del estado Anzoátegui que desde hacía mucho tiempo, durante la medianoche se escuchaban los galopes de un caballo y el sonido como si dos metales colisionaban. Cuando las personas, ocultándose tras las cortinas, se asomaban por las ventanas, un horror las invadía al ver un caballo sin cabeza con una silla de montar. Se dice que los que percibían aquel espectro experimentaban una fiebre por tres días.En la casa de los García, localizada en el municipio mencionado, sucedía algo que guardaba relación con el hecho antes narrado. Allí, penaba un hombre, varios habitantes de la casa lo vieron. Vestía un pantalón blanco y una camisa de rayas, solía pasar por debajo de los chinchorros y dar fuertes golpes en los colchones de las camas y hasta se sentaba en ellas. Muchas veces apagaba los ventiladores y las velas. En una ocasión, incluso, encendió el televisor y la radio. Sus apariciones también sucedían en el patio. Un día un niño espantado lo vio y contó que le señalaba con el dedo hacia un lugar específico. Al día siguiente, los hombres de la casa iniciaron la excavación con la esperanza de encontrar un gran tesoro. Después de pasar veinticuatro horas en tan afanosa tarea, hallaron el cadáver de un caballo sin cabeza. La noticia se difundió por el municipio. Los vecinos decían que se trataba del mismo caballo que atemorizaba por las calles. El corcel dejó de aparecer, pero el hombre, todos los días, se dejaba ver por alguien de la casa o algún visitante.
Un día, doña Francisca visitó la casa de los García. De esta mujer se comentaba que era clarividente, que tenía la facultad de comunicarse con los fallecidos, la verdad es que sentía mucho interés por descubrir el misterio del hombre y el caballo. Pidió que la llevaran hasta el patio. Se sentó bajo la sombra de una mata de mango y encendió un tabaco. Varias veces sorbió aguardiente blanco. Pasados varios minutos su voz comenzó a cambiar, ya no era la de ella, sino la de un hombre que se expresó a través del cuerpo agitado de la anciana. Pidió que le trajeran un espejo cuerpo entero. Lo colocó frente a ella y todos pudieron ver el reflejo de un hombre con el pelo liso y rasgos indígenas. Además, no pisaba el suelo. Callaron y prestaron atención a la voz que aclararía las apariciones: “Quiero que se vayan de la casa, cuido mi dinero que enterré aquí. Mi caballo y yo fuimos sacrificados por él y no pienso dejarlo jamás, fuera de mi casa” –Indicó con voz ronca. De repente, doña Francisca volvió a ser ella. Expuso que haría otra sesión en tres días a las doce de la noche, pero que no debía haber nadie en la residencia para ella poder comunicarse con el difunto. Prometió que la vivienda sería despojada del maleficio y que convencería al fallecido de retirarse a descansar en paz.
Los vecinos de la calle vieron cuando doña Francisca llegó en un vehículo con dos fuertes hombres que la acompañaban, ambos cargaban grandes sacos como donde se transporta el arroz en granos. Nadie sabía con certeza que haría, todos suponían que alejaría al espíritu de la casa.
En el tiempo acordado regresaron los dueños del caserón y se encontraron con que todo el patio había sido excavado. Además, vieron una caja de madera abierta y vacía. Comprendieron lo que había ocurrido. A doña Francisca nunca más la vieron. La fueron a buscar a la humilde morada donde habitaba, y la encontraron abandonada. De los hombres menos se supo. El fantasma siguió saliendo y desde entonces también escuchaban sus lamentos por la pérdida de su fortuna, la que no disfrutó ni en vida ni después de la muerte.
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