viernes, 14 de mayo de 2021

MICRORRELATOS DE LIGIA ÁLVAREZ


Nunca es tarde cuando llega la primera vez



El corral de la casa... Recuerdos de la infancia. Ella y tres amigos improvisando personajes... pero cuando llegó el momento de decidir el futuro... Carlitos se hizo médico. Nieves se formó como profesora. Nené se convirtió en un pintor de prestigio. Sola quedó presentando unipersonales que inventaba. Abrigaba la aspiración de verse en la pantalla como las divas que admiraba en las películas del cine del pueblo. Abandonaba el  terruño cuando había alguna audición para demostrar talento. Siempre quedaba frustrada hasta que hoy a los sesenta y cinco años por fin escuchará el 3,2,1... luces,¡Acción!, de su primera vez en el séptimo arte.





LUZ BENDITA







Hace unos días tuve un sueño. No era de esos  que me visitan estando despierta sino uno en el que estaba dormida. Consistió en ver regresar a mi hijo mayor quien ya tiene casi dos años que emigró. Arribó con su morral a cuestas. No llegó a nuestra casa actual, más bien fue al hogar de los abuelos maternos, donde mis hijos vivieron los primeros ocho o nueve años de sus vidas y yo  por más de treinta. No se detuvo en la sala, ingresó directamente al primer cuarto. Al parecer no estaba preparado para él. Salió y  caminó hasta el comedor y  yo lo seguí. Ahí estaba mi abuela quien abandonó este mundo  unos cuantos años atrás. Al reencontrarse, se abrazaron y lloraron de alegría. Mi hijo menor, -quien igualmente emigró- estaba presente. Solo sonrió. Yo, que era una especie de espectadora, volví a la sala y pregunté a mi madre, quien también abandonó el mundo de los vivos hace unos cuantos años, que  si el muchacho podía dormir en el piso  de arriba y ella respondió: “él va a dormir ahí”, señalando la habitación. Me asomé a la alcoba y fui sorprendida por lo impoluto y acogedor de las sábanas y la solitaria y acolchada almohada. Lo que me emocionó más fue la luz. Era una luz nítida, brillante, una iluminación que no era de este mundo. Si el cielo existe, así debe ser su luminosidad.  Desperté estremecida entre lágrimas y preguntándome acerca del significado de  esas imágenes. Suelo olvidar los sueños, pero este lo recuerdo aún y creo que no lo olvidaré jamás. Siento que es un mensaje  que alguien quiso enviarme. Me toca interpretar. Ojalá esa luz interna  no se extinga.

14 DE ENERO DE 2020

 



EL EMIGRANTE





—¿Qué llevas en tu maleta?

—Algo del pasado y un poco del presente.

—¿Y el futuro?
 —Su lugar es el compartimiento más ancho. Lo espero llenar.

Ligia Álvarez

(18 de agosto de 2019)



Ligia Álvarez



Nueva York, Madrid, Londres, Lisboa, París, Roma, Ciudad de México, Tokio, Delhi,

 Calcuta, Sao Paulo.




El anuncio promocional de la agencia turística invita a todos estos lugares del

 

mundo. Por unos segundos largos, la anciana observa el cartel ilustrado con la  imagen de

 

una playa paradisíaca. Más allá del vidrio se encuentran  la recepcionista y la

 

agente de turismo.

 

—Ahí está de nuevo esa señora.

 

 

—¿Y que esperabas? Viene semanalmente.

 

—Siempre es el mismo cuento. Que le reserve para Europa, Asia , América o

 

para cualquier sitio que se le ocurra. Al principio caí pero ya la conozco.

 

 

—Menos mal que tú conoces tu ganado.

 

 

—¿Sabes qué? Hoy no tengo ganas de lidiar con ella. Dile que no estoy.

 

 

—¿Y si dice que te va a esperar? Tú sabes que es capaz de plantarse aquí todo el día.

 

—Le dices que no vendré hoy, o mejor dile que tomé vacaciones vencidas y que

 

no regresaré hasta el año que viene. ¡Mira, ya va a entrar! Me voy a la oficina del fondo.

 

La agente se va y la anciana entra.

 

 

—Buenos días, mi niña.

 

—Buenos días. ¿Y usted como amanece?

 

—Excelente. ¿Francis no ha llegado? Veo su escritorio vacío.

 

—No, no ha llegado ni llegará. Tomó vacaciones vencidas.

 

—¡Qué lástima! Quería que me reservara vuelo para Londres. Mi hijo me mandó el dinero. 

 

Estoy tan emocionada. Finalmente lo veré después de cinco años.

 

—La felicito pero ya le dije: Francis no vendrá. Le recomiendo que vaya a la agencia 

 

ubicada frente a la plaza, ahí  podrá no solo reservar sino comprar el pasaje.

 

—Bueno, está bien. No tengo otro remedio. Mi hijo quiere que viaje lo más pronto posible. 

 

Que pases buen día, mi niña y si hablas con Francis dile que deseo que disfrute mucho sus 

 

muy merecidas vacaciones.

 

—Pero oiga, ¿por qué no le dice a su hijo que le mande por internet el pasaje electrónico

 

de una vez? Eso se puede hacer y así usted se evita trámites engorrosos.

 

—Mi hijo siempre está ocupado. En esos países no tienen tiempo de nada. Es casi un 

 

esclavo. Eso es aquí, que hay tiempo para todo. Apenas tuvo unos minutos para hacerme el 

 

depósito desde allá. Bueno mi niña, no te quito más tiempo, voy a donde me dijiste.

 

La anciana Sale.

 

—¡Ya puedes salir, Francis! No hay moros en la costa.

 

Francis Sale de su escondite.

 

—Uy me salvaste la vida. La verdad es que hoy no tengo paciencia para aguantar a esa 

 

señora.

 

La anciana entra de repente.

 

—Olvidé preguntarte algo, mi niña. ¡Francis!¿No estabas de vacaciones? Ah ya entendí, no 

 

te preocupes. No te molestaré más. ¡Cuando uno es viejo estorba en todas partes!

 

La anciana se marcha para siempre.

 

 



UN MICRORRELATO NO TAN MICRO







UN MICRORRELATO NO TAN MICRO

El octogenario había decidido sentarse en la plaza hacía unos pocos minutos. Al principio, 

el lugar estuvo solitario pero de repente comenzaron a llegar los visitantes habituales: los 

que esperaban que  abrieran la cafetería para degustar el primer café del día y las señoras de 

la agrupación de bailoterapia que aguardaban a sus compañeras retrasadas para iniciar las 

actividades. Lo novedoso aquella mañana lo constituían  los jóvenes equipados de cámaras, 

claqueta, tripoide, y demás artilugios para filmar escenas de una película. A todos se les 

notaba el entusiasmo. 

 

 En el grupo desentonaba una mujer de mediana edad, que recibía instrucciones por parte del director, un mozuelo muy al estilo de Alfred Hitchcock o Román Chalbaud. Con seguridad, sería una actriz frustrada que con los años estaba cumpliendo su sueño, o quizás una jubilada de alguna profesión que nunca antes había actuado en un medio audiovisual y en ese momento le surgía la oportunidad de quedar inmortalizada gracias al séptimo arte. La actriz comenzó a caminar rodando un carrito de mercado de un extremo a otro de la plaza. Hubo que repetir la escena en la que pasaba por el frente de la iglesia y se persignaba porque una transeúnte, al ver las cámaras, saludó a una de ellas y ahí se rompió toda la magia.

 

  El anciano evocó los tiempos cuando había sido actor de cine. Fueron muchas películas, en el presente perdidas en el olvido, en las que actuó. Estos jóvenes: director,  asistentes, productores, asesores, camarógrafos y maquilladores no lo conocían. El tiempo lo había maltratado sin piedad. Su vida transcurría en un cuarto de vecindad, entre paredes sucias y agrietadas. Inclusive, él mismo había dejado extraviar en su mente aquellos momentos de esplendor. ¿Quién lo podía reconocer ahora? El deterioro físico producto de los excesos de antaño lo impedía. Además, pocas veces salía de su pieza. Ni los vecinos sabían de aquel pasado de estrella. 

 

 El sol excesivo hizo su trabajo y decidió dejar la plaza y los recuerdos. Ya se iba cuando la actriz del carrito de mercado, quien se hallaba disfrutando de un breve descanso, se acercó a él y le preguntó: ¿usted no es Ernesto Sierralta? Sin esperar respuesta, exclamó: ¡Claro que lo es! Nunca lo olvidé. ¡Muchachos, vengan a conocer a una leyenda del cine de nuestro país!

  RECUERDOS





De pie en la vereda, mientras caza estrellas y olfatea el aroma de una rosa reseca, la mujer, a ratos, posa la mirada en el cauce del río que transporta memorias de sonrisas rancias. Las aguas heladas rocían sus pies. Decide devolver la flor a la tierra y entrar a su refugio. Pretende preparar un consomé de los que serenan el alma. Se detiene en la entrada de la casa, y concentra la mirada en la  imagen del cuadro: la joven olfateando el capullo marchito y mirando el río que le roba los recuerdos.


PERFIDIA


En todo ese tiempo nunca escuché el rumor de las olas. Únicamente, percibí el ruido alevoso de los pájaros. Aquella embarcación oxidada, anclada en la arena como un trozo seco de barro no era otra cosa que una catacumba. El verdugo, seguro de que había acabado con todos, se alejó. Ahí, yacían exánimes mis padres y hermanos, pero para su pesar, si se hubiera dado cuenta, yo sobreviví. El único objetivo que vislumbraba mi cerebro era buscar ayuda. Salí con los penosos movimientos que la herida me permitió. Me arrastré en la arena hasta alcanzar una choza para solicitar el auxilio, que era como el agua que necesitaba el sediento. En aquel yate derruido la niñez naufragó.


 MAQUILLADORA 






Cuando crucé la frontera para reencontrarte, no pensé desviar el camino. Todo comenzó cuando pasajeros y conductor tuvimos que abandonar el vehículo después de que unos hombres armados detuvieron su marcha. 
  — ¿Quién maquilla aquí?—preguntó uno de ellos—.  
—Yo—traspasando la raya entre el temor y el pánico, respondí—.  
Dos de los hombres ordenaron seguirlos hasta una casucha perdida en la selva. Señalando un cuerpo que yacía en un deteriorado catre, el más joven pidió: —Queremos que ella parezca como si no estuviera... y ponle esta peluca. 
Me acerqué al lecho: rostro pálido, veinte años, quizás. Busqué en mi morral los colores. Siempre, asumí el oficio para celebrar la vida, nunca para lisonjear la muerte. Acaso, sería esta la primera vez.

¿EL SELLO DE SU VIDA?


Estuvo dispuesto a dar lo que fuera por ese sello. En ese momento, tan sólo era necesario subir. La estampilla representaba el retiro en su trayectoria de coleccionista. Ascendió la vieja escalera ocre. Los trastes polvorientos le dieron la bienvenida al altillo. No tuvo que perder tiempo porque sobre la antigua mesa colonial era visible el cofre de las rúbricas. Revisó cientos de ellas hasta que exclamó:
—¡Por fin te tengo!
Con lo que no contó jamás fue que su viejo corazón de ochenta y nueve años no resistiría la emoción. Unas horas después, fue encontrado inerte en el piso del desván de la casa ajena, apretando la última pieza de su colección incompleta.

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