jueves, 13 de septiembre de 2018

UN MICRORRELATO NO TAN MICRO



LIGIA ÁLVAREZ
UN MICRORRELATO NO TAN MICRO

El octogenario había decidido sentarse en la plaza hacía unos pocos minutos. Al principio, el lugar estuvo solitario pero de repente comenzaron a llegar los visitantes habituales: los que esperaban que abrieran la cafetería para degustar el primer café del día y las señoras de la agrupación de bailoterapia que aguardaban a sus compañeras retrasadas para iniciar las actividades. Lo novedoso aquella mañana lo constituían  los jóvenes equipados de cámaras, claqueta, tripoide, y demás artilugios para filmar escenas de una película. A todos se les notaba el entusiasmo. 

En el grupo desentonaba una mujer de mediana edad, que recibía instrucciones por parte del director, un mozuelo muy al estilo de Alfred Hitchcock o Román Chalbaud. Con seguridad, sería una actriz frustrada que con los años estaba cumpliendo su sueño, o quizás una jubilada de alguna profesión que nunca antes había actuado en un medio audiovisual y en ese momento le surgía la oportunidad de quedar inmortalizada gracias al séptimo arte. La actriz comenzó a caminar rodando un carrito de mercado de un extremo a otro de la plaza. Hubo que repetir la escena en la que pasaba por el frente de la iglesia y se persignaba porque una transeúnte, al ver las cámaras, saludó a una de ellas y ahí se rompió toda la magia.

El anciano evocó los tiempos cuando había sido actor de cine. Fueron muchas películas, en el presente perdidas en el olvido, en las que actuó. Estos jóvenes: director,  asistentes, productores, asesores, camarógrafos y maquilladores no lo conocían. El tiempo lo había maltratado sin piedad. Su vida transcurría en un cuarto de vecindad, entre paredes sucias y agrietadas. Inclusive, él mismo había dejado extraviar en su mente aquellos momentos de esplendor. ¿Quién lo podía reconocer ahora? El deterioro físico producto de los excesos de antaño lo impedía. Además, pocas veces salía de su pieza. Ni los vecinos sabían de aquel pasado de estrella. 

El sol excesivo hizo su trabajo y decidió dejar la plaza y los recuerdos. Ya se iba cuando la actriz del carrito de mercado, quien se hallaba disfrutando de un breve descanso, se acercó a él y le preguntó: ¿usted no es Ernesto Sierralta? Sin esperar respuesta, exclamó: ¡Claro que lo es! Nunca lo olvidé. ¡Muchachos, vengan a conocer a una leyenda del cine de nuestro país!


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