Ligia Álvarez
Nueva
York, Madrid, Londres, Lisboa, París, Roma, Ciudad de México,
Tokio, Delhi, Calcuta, Sao Paulo.
El
anuncio promocional de la agencia turística invita a todos estos
lugares del mundo. Por unos segundos largos, la anciana observa el
cartel ilustrado con la imagen de una playa paradisíaca. Más allá del
vidrio se encuentran la recepcionista y la agente de turismo.
—Ahí
está de nuevo esa señora.
—¿Y
que esperabas? Viene semanalmente.
—Siempre
es el mismo cuento. Que le reserve para Europa, Asia , América o
para cualquier sitio que se le ocurra. Al principio caí pero ya la
conozco.
—Menos
mal que tú conoces tu ganado.
—¿Sabes
qué? Hoy no tengo ganas de lidiar con ella. Dile que no estoy.
—¿Y
si dice que te va a esperar? Tú sabes que es capaz de plantarse aquí
todo el día.
—Le
dices que no vendré hoy, o mejor dile que tomé vacaciones vencidas
y que no regresaré hasta el año que viene. ¡Mira, ya va a entrar!
Me voy a la oficina del fondo.
La agente se va y la
anciana entra.
—Buenos
días, mi niña.
—Buenos
días. ¿Y usted como amanece?
—Excelente.
¿Francis no ha llegado? Veo su escritorio vacío.
—No,
no ha llegado ni llegará. Tomó vacaciones vencidas.
—¡Qué
lástima! Quería que me reservara vuelo para Londres. Mi hijo me
mandó el dinero. Estoy tan emocionada. Finalmente lo veré después
de cinco años.
—La
felicito pero ya le dije: Francis no vendrá. Le recomiendo que vaya a la agencia ubicada frente a la plaza, ahí podrá no solo reservar sino comprar el pasaje.
—Bueno,
está bien. No tengo otro remedio. Mi hijo quiere que viaje lo mas
pronto posible. Que pases buen día, mi niña y si hablas con Francis
dile que deseo que disfrute mucho sus muy merecidas vacaciones.
—Pero
oiga, ¿por qué no le dice a su hijo que le mande por internet el
pasaje electrónico de una vez? Eso se puede hacer y así usted se
evita trámites engorrosos.
—Mi
hijo siempre está ocupado. En esos países no tienen tiempo de nada.
Es casi un esclavo. Eso es aquí, que hay tiempo para todo. Apenas
tuvo unos minutos para hacerme el depósito desde allá. Bueno mi
niña, no te quito más tiempo, voy a donde me dijiste.
La
anciana Sale.
—¡Ya
puedes salir, Francis! No hay moros en la costa.
Francis
Sale de su escondite.
—Uy
me salvaste la vida. La verdad es que hoy no tengo paciencia para
aguantar a esa señora.
La
anciana entra de repente.
—Olvidé
preguntarte algo, mi niña. ¡Francis!¿No estabas de vacaciones? Ah
ya entendí, no te preocupes. No te molestaré más. ¡Cuando uno es
viejo estorba en todas partes!
La anciana se marcha
para siempre.
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