lunes, 16 de octubre de 2017

Hojas del pasado de Ligia Álvarez

 HOJAS DEL PASADO

CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN DE LIGIA ÁLVAREZ





HOJAS DEL PASADO

Ligia Álvarez, Venezuela

             Era el año 2040 y XL5 se encontraba hospitalizada en la clínica 31.745-XL.  Sufría de Cukrach-OZ, una terrible enfermedad degenerativa de la cual los científicos sabían muy poco. Hasta entonces, todas las incidencias presentadas habían terminado en decesos. Hacía apenas unos meses se iniciaron las investigaciones que arrojaron algunos hallazgos al parecer no muy significativos.

             XL5 tenía cada días menos fuerza. Ni siquiera podía comer. Estaba siendo alimentada mediante la computadora central, operada por un médico.  El alimento llegaba a su estómago directamente gracias al programa 37B. No obstante, no era lo ideal. De esa manera solamente podría resistir unos dos meses cuando mucho.

            XD6, su esposo, le custodiaba el  sueño a través de la enorme pantalla de televisión que ocupaba una pared completa ubicada en el frío y solitario corredor del centro de salud. Estaba casi vencido por el sueño y el cansancio cuando sintió el vibrador de su phone  last generation two de muñeca. Leyó el mensaje entrante: "#$ќ℅═┴┤ΩфФЭЮ₤₣‼ўџҐ→↑←↓↔╬.  Era del médico DS1. Le decía que existía una planta cuyas hojas  podrían salvar a su esposa. Estaba localizada en América del Sur del año 1400. Se encontraba exactamente en tierras de los yanomami. Únicamente, se requerían unas seis o siete hojas.  Pertenecían a un árbol del tamaño de un dinosaurio. Las hojas eran de color azul celeste. Con ellas, se prepararía una simple infusión,  al tomarla XL5 se curaría. Por lo menos, esa era la conclusión a la que había llegado después de leer muchos E. books antiguos, modernos y contemporáneos. La travesía era tal vez una tarea fácil para un hombre joven. Ese no era el caso de XD6, pero no había otra opción: si amaba a su esposa y la quería sana, tenía que viajar a través del tiempo. El viaje duraría apenas treinta minutos, y luego tendría treinta minutos más para conseguir las hojas.

            XD6 observó su phone de muñeca y colocó las agujas en el número de contacto del facultativo. De inmediato la imagen de su esposa en la habitación fue sustituida por la del médico, quien de inmediato inició la conversación:

- Señor XD6, espero que esté preparado para el viaje.

 -Precisamente, lo estoy llamando porque quisiera que me explicara mejor como sería el procedimiento.

- No debe preocuparse. Todo será muy rápido. Al llegar al año 1400 quedará en frente del río bendito de los yanomami.   Todo será programado por mí desde aquí en la máquina de tiempo-espacio. Una vez en el lugar, verá un árbol de tamaño y forma de  dinosaurio y tomará las hojas. Yo lo estaré monitoreando a través de la pantalla, presionaré el botón de retorno y todo habrá terminado porque de inmediato volverá a este mismo recinto. Dígame, ¿está dispuesto?

-Por supuesto doctor, por el amor de mi vida soy capaz de viajar hacia lo desconocido, a mis sesenta y cinco años

-Bien no perdamos tiempo. Véngase para mi oficina.

Una vez allá todo se inició.

-Colóquese debajo del monitor. - Ordenó el doctor. Voy a proceder a dividir la pantalla para no descuidar a su esposa y al mismo tiempo supervisarlo. Recuerde  algo: una vez que cumpla con la  tarea, debe volver exactamente al lugar donde arribó. Cuando usted esté  allí presionaré el botón y retornará. ¿Ha entendido todo?

- Sí, doctor.

-Por cierto, deje alguna marca en el lugar donde aterrice, no puede haber error o de lo contrario no regresará.

-Claro, colocaré una roca en el lugar.

- Muy bien. Debe ir muy liviano. Despójese de  zapatos,  medias,  camisa y pantalón.

            Se procedió. Todo estaba bajo control. Cuando XD6 estuvo listo y ubicado, el doctor le colocó los electrodos que lo conectaban a la computadora y al monitor, presionó el botón de viaje al año 1400. En treinta minutos exactos, llegó a la selva. El caudaloso río gritaba sus rumores de vida y muerte, de inicio y final. Se escuchaban los sonidos producidos por las anacondas en  las aguas cristalinas de los yanomami. Los truenos retumbaban entre las ramas de los inmensos árboles, anunciando las continuas lluvias. Se  sentía el viento caliente de la tarde, y ya se presentía el viento tibio de la noche que venía del norte. Voces lejanas eran traídas por la brisa. Recitaban mitos y leyendas en un idioma extraño. Se  oía la música producida por flautas de carrizo. Igualmente, se advertían pasos humanos rápidos entre las hojas secas que habían caído de los árboles. Todo eso lo percibió XD6 en segundos. Antes de retirarse  del lugar de aterrizaje, arrimó una piedra medianamente grande y la colocó como marca, para no perder la pista exacta. Se acercó al árbol de forma y tamaño de dinosaurio y tomó no seis o siete hojas, sino un gran puñado, pensando tal vez que no podían faltar, así sobraran. Se dirigió al sitio donde había dejado la marca. Del otro lado, el doctor solo tenía que presionar el botón de retorno. Casi lo hizo pero sintió un agudo dolor en su pecho.  Cayó fulminado por el infarto número cinco que había sufrido en vida y que lo llevó a  la muerte. XD6  se quedó en el año 1400 y nunca se supo si las hojas del pasado eran efectivas para la curación de Cukrach-OZ  de la que padecía XL5.

            





Día bancario de Ligia Álvarez (cuento)





Día bancario 









 

Correo electrónico: ligialvarez@gmail.com

Facebook: Ligia Alvarez

Twitter: @mecha1960)

 

Aquel individuo  únicamente  quería retirar algo de  dinero del banco. Todos los informantes aseguraron que exhibía muy buena presencia, cuerpo atlético y vestir sobrio. Llevaba una camisa de seda y pantalones de excelente tela.  La fragancia Acqua Di Parma que se había aplicado hacía que más de una volteara a mirarlo y dibujara deleite en la expresión del rostro. Su cabello lo usaba muy corto a los lados, y en la parte superior algo alto gracias al gel fijador. Manejaba un automóvil descapotable y hundía suavemente  sus zapatos de piel color blanco en el freno, la música relajante que se escuchaba desde su vehículo llamaba la atención de los contados transeúntes. Era la felicidad sobre  ruedas. La poca gente que lo veía pasar se preguntaba si acaso no era algún artista internacional o un escritor de fama mundial.

            Lo cierto era que solamente quería retirar algo de dinero del banco para solventar ciertos problemas que  se solucionaban con una buena cantidad, tal vez ya estaba requiriendo de un nuevo vestuario, su perfume favorito estaba llegando al fin, su auto necesitaba un repuesto costoso o cualquier otra cosa que sólo él conocía. Manejaba su elegante máquina por la avenida rodeada de árboles por ambos lados. Protegía sus ojos del sol y el polvo con unos lentes Louis Vuitton oscuros por lo que nadie pudo atestiguar de qué color eran. Siguió manejando hasta el final de la avenida, giró a la izquierda y disminuyó la velocidad. Evidentemente, estaba en la búsqueda de un lugar adecuado para aparcar.  Una vez encontrado el mejor puesto que pudo, se estacionó. Aquel espacio  no sólo era conveniente sino además cercano al área donde se dirigía.

            Abandonó el vehículo, sin olvidar palparse los bolsillos para saber si todo lo imprescindible  estaba en su lugar. Caminó unos pasos, en realidad había pocas personas en la calle, era la hora de la siesta en el pueblo. Dio un vistazo a las casas, todas se parecían con sus árboles de mango en el patio delantero y al final  del porche la puerta de madera con su timbre para llamar. Cuando se retirara, pensó, escogería un sitio así,  pacífico y silencioso, para vivir hasta el final de sus días. El ladrido de un can violó momentáneamente su tranquilidad y lo hizo saltar de improviso. Tenía que cuidarse, no es bueno pasar tan cerca de las viviendas, los caninos suelen ser muy celosos con su territorio. Llevó su mano hasta el bolsillo de la camisa y extrajo de un estuche elegante un cigarro extra-grande. Llegó hasta el exterior del pequeño edificio de dos pisos del banco, mientras daba unas bocanadas, se quedó contemplándolo. Observó la hora en su Rolex. Miró hacia la puerta de vidrio. Los cristales ahumados impidieron que tuviera una visión del interior. Sin pensarlo más, se acercó y empujó suavemente la puerta.

            La brisa caliente que había estado sintiendo se transformó en  un hálito frío producido por el aire acondicionado. El lugar estaba casi solitario. Era el único cliente. Había escogido un buen día y una buena hora. Notó la existencia de dos taquillas pero nada más una funcionaba.  El vigilante dormitaba en la casilla. El gerente y otros empleados conversaban en la parte trasera. Se acercó a la caja. La encargada era una mujer de cabello largo recogido y con la  cara pintarrajeada. Le sonrió con una sonrisa refrigerada.

-Muy buenas tardes caballero. Debe tomar un número en la máquina.

-¿Para qué si soy el único cliente?

- Señor debe tomar un número.

-Creo que eso puede esperar.

El hombre llevó su mano al bolsillo de su pantalón y extrajo un revolver tan pequeño que parecía más bien un dispositivo USB.

-Señora tenga la amabilidad por favor y me entrega todo lo que tenga de dinero.

La mujer viendo que aquel aparatico la apuntaba y que sabía le podía quitar la vida, fue esta vez inteligente y con apremio introdujo los fondos en un sobre grande y con eficiencia se lo entregó. Nadie pareció darse cuenta, ni siquiera el vigilante.

            El individuo salió, abordó su automóvil y se marchó. Cuando la alarma contra robos se activó ya el hombre recorría la larga avenida de regreso a la carretera que lo llevaría a otro pueblo tranquilo  donde  con seguridad únicamente querría retirar algo de  dinero del banco.


miércoles, 11 de octubre de 2017

Virtuoso entre virtuosos en tres tiempos de Ligia Álvarez


Virtuoso entre virtuosos en tres tiempos
Ligia Álvarez



Como todos los días, José Gregorio Hernández se levantó a las cinco de la madrugada. Tomó el primero de sus baños diarios, rezó el Andaluz y se dirigió a la Iglesia de la Divina Pastora a escuchar la misa del domingo y a comulgar. Regresó a su casa, donde su hermana Isolina le tenía preparado su frugal desayuno, el cual tomaría antes de visitar a sus enfermos. Una vez roto el ayuno, le provocó tomar su violín. Lo tenía descuidado, hacía días que no lo ejecutaba. El instrumento lo hacía sentir bien, permitía que al son de la música fuera repasando momentos importantes de su vida. Vinieron, como en una película a color que nunca vería en su existencia, episodios vitales como los dos intentos que hizo en Italia para convertirse en religioso. Una mueca de cierto dolor se dibujó en su rostro. También pasó volando rápidamente la cara joven y morena de Rafael Rangel, pero sacudió su cabeza como para hacerla desaparecer. Las frustraciones propias eran inquietantes pero las de otros pesaban demasiado, tal vez por lo que hizo o dejó de hacer para ayudar a sus semejantes. Quizás el capítulo Rangel, nunca lo terminó de leer, si tuviese tiempo, si su vida se lo permitiera lo leería para interpretarlo.

Las cuerdas lo llevaron a detenerse un poco en lo que nunca fue, su deseo de ser religioso. No pudo es verdad, pero su profesión siempre la asumió como un sacerdocio. Ahí están sus pacientes, sus enfermos, los pobres que nunca tuvieron para pagarle, y los ricos que le permitieron tener unas cuantas cosas que dejará a los suyos antes de irse a la eternidad. Por cierto que algunas ya las repartió cuando creyó que podría desprenderse de lo material antes de irse a Europa a intentar su vida mística. Ahí también están sus investigaciones médicas, y volvió a ver el rostro de Rangel, pero con un movimiento más brusco que el primero lo borró de nuevo. 

Pensó en la muerte, la amaba, la quería, era la manera a través de la cual él creía podría ascender y trascender. Pensó en todas las veces que sus enfermos le habían dicho que no era de este mundo. De verdad lo sentía, se había moldeado muy bien a la vida terrenal pero experimentaba la necesidad del espíritu y de Dios y en la vida como hombre no la hallaba. La música lo transportaba, y era que quería llegar allá y más allá y casi lo logra pero su hermana lo interrumpió para decirle que alguien lo solicitaba. Así que dejó el violín a un lado y caminó hasta la sala.

Era un emisario de la anciana que había estado visitando en los últimos días. Había agravado. Rápidamente salió de la casa, pero antes quiso pasar por la farmacia a comprarle un medicamento que él sabía que necesitaba. Después de hacer la compra, salió de la botica. Vio un tranvía estacionado y otro que subía por la esquina hacia más allá. Entre dos vehículos no se percató de que venía un automóvil que de manera lenta pero certera lo impactó e hizo que se golpeara contra el filo de la acera. Y ahí quedó el hombre, el cuerpo, el ser de este mundo. Sus últimas palabras fueron “virgen santísima”, oídas por varias personas, sin embargo lo que nadie oyó fue lo que seguidamente pensó “vienes a llevarme a donde tanto he querido ir, pero sé que siempre continuaré estando por aquí ayudando a mis enfermos, a mis necesitados”. El chofer del automotor se acercó y vio los ojos de José Gregorio Hernández, pero como estaba tan nervioso jamás entendió que en sus ojos brillaban el agradecimiento y la bendición.

Tuvieron que pasar muchos años para que Ligia supiera del doctor milagroso. Tenía quince o dieciséis años y nunca había oído hablar del llamado médico de los pobres. Pero estaba marcado en su destino, que sería junto con sus seres amados una beneficiaria del galeno. La conocí un día cuando paseaba por La Candelaria y decidí entrar a la iglesia donde reposan los restos de Hernández. Me llamó la atención su presencia porque rezaba muy bajito y con los ojos cerrados. Me acerqué y esperé que finalizara sus oraciones. En los últimos meses había estado investigando acerca de las manifestaciones religiosas del pueblo venezolano. Vi en la anciana a un informante, así que le pregunté por qué tanta veneración. Quedé sorprendida con la facilidad con que me regaló su historia, su anécdota, que ahora transcribo en estas líneas.

Jamás se había interesado por el médico, porque simplemente nunca había oído hablar de él. ¿Cómo interesarse por algo que no se conoce? Transcurrieron muchos años y su padre hubo de sufrir un accidente para que descubriera cómo era que un hombre podría obsequiar bondad después de muerto.

A Ligia de setenta años le tiene sin cuidado el hecho de que el vaticano se ha negado a conferirle la santidad al galeno. Lo que ella verdaderamente valora es su propia fe. En esa oportunidad, Ligia me relató una historia que comenzó aproximadamente cincuenta años atrás.

La primera información sobre José Gregorio Hernández, la tuvo Ligia del Carmen poco antes del momento cuando éste le concedió el milagro. Un día que exactamente no se acuerda, pero sabe que era la década de los cincuenta del siglo XX, ella y su madre estaban visitando a unas primas en Catia, específicamente en El Amparo. En aquella oportunidad pasaron un buen rato conversando y cuando se disponían a marcharse, una de las primas les obsequió una estampita con la figura del médico y agregó que era un santo muy milagroso.

Cuando llegaron a casa, Carmen Adela y Ligia del Carmen fueron avisadas por varios vecinos que autoridades policiales habían ido a informar sobre el accidente ocurrido al padre de familia. El entonces denominado puente  Sucre se había derrumbado y había caído sobre la humanidad de algunos trabajadores que participaban en su construcción. Entre los desafortunados estaba Pedro, obrero del cemento y del bloque y esposo y padre de Carmen y Ligia respectivamente. Algunos cadáveres permanecían en el hospital. Para allá, se dirigieron desesperadas las dos mujeres. Una vez en la institución médica, fueron informadas que Pedro no había fallecido pero que estaba muy grave luego de sufrir una fractura doble de cráneo. Los médicos no proporcionaron ningún tipo de esperanza. A pesar de todo, las dos mujeres nunca cesaron de tener confianza en la salvación del ser amado.

            Ligia no sabe explicar por qué pero repentinamente sintió que una fuerza interna e inmensa la hizo abrir su cartera y buscar la estampa que recientemente le habían regalado. Pidió con fe, una fe enérgica, que nunca más ha vuelto a experimentar.
       
            Las sufridas damas pasaron la noche en el hospital en espera de información. Todos los amigos se marcharon entrando la medianoche. El hospital quedó solitario. Ligia pudo atisbar, pasadas las doce, a un hombre que se paseaba de un extremo de la sala a otro con los brazos atrás. Vestía un flux con rayas y cuadros menudos. El hombre se detuvo frente a la muchacha e inquirió cómo seguía el enfermo. La joven no pudo responder porque rompió a llorar. Al rato, el desconocido desapareció. 
            
                Al día siguiente, durante la hora de la visita, acudieron muchos amigos y conocidos porque Pedro era una persona muy apreciada por todos. A Ligia le llamó la atención que el hombre no se apareció más. Unos días después, el facultativo que atendió al obrero, habló con las damas y les manifestó que su familiar había mejorado y, que además, agregó, aquello parecía un milagro. Pese a la gravedad de la fractura craneal, no le quedó ninguna secuela. Únicamente, perdió un ojo porque ahí en el hospital no se contaba con los servicios de un oftalmólogo y no se podía movilizar al paciente para otra parte. Más adelante, el padre recordó que un médico, con las características antes descritas del doctor José Gregorio, había entrado al recinto  y le informó que lo operaría. No recordó nada más. 
               
                  Pasaron veinte años, cuando Ligia se dio cuenta de que la persona que había visto era realmente el doctor Hernández. Lo supo porque transmitieron una serie televisiva y el hombre que hacía el papel del médico era alguien muy parecido a él. El actor se llamaba Américo Montero. Cuando lo vio en la televisión, se percató de que el individuo que preguntaba por Pedro, era según ella, nada más y nada menos que el llamado médico de los humildes, y en ese momento fue cuando se reveló ante su raciocinio el milagro. Desde entonces Ligia cree ciegamente en el doctor José Gregorio Hernández porque para ella, él es venerable entre venerables.


miércoles, 6 de septiembre de 2017

Yo aparezco cada vez que una escritora me piensa de Ligia Álvarez


Yo aparezco cada vez que una escritora me piensa


Mi escritora favorita y mi inspiración.

De luto en Europa.
Aquí yace y fue en este lugar donde la entrevisté en mis sueños.
Entrevista imaginaria a Teresa de la Parra por Ligia Álvarez
Pasos perdidos que sin embargo me llevaban hacia la avenida Panteón. No entendía el porqué pero iba con la firmeza y seguridad que experimentamos cuando alguien aguarda por nosotros. Hacía media hora que el calor sofocante y el insomnio me sacaron de la cama. No me detuvieron el peligro, ni la oscuridad. Tenía la certeza de que alguien me esperaba. Lo que no sabía era quién. Así que seguí cuesta arriba por la avenida Fuerzas Armadas hasta alcanzar la avenida Panteón. En mi caminar nocturno uno que otro individuo logró sobresaltar mi perseverancia pero al mismo tiempo sentí que una presencia invisible guiaba y custodiaba mis pasos. Minutos menos, minutos más, llegué al Panteón Nacional. El edificio histórico me invitaba a penetrarlo, abrió sus puertas majestuosamente e ingresé. Aquel ambiente solemne, silencioso y en penumbras atemorizó mis sentidos. De repente apareció ante mí una figura delgada y refinada. Llevaba un vestido largo color blanco de fina tela, calzaba zapatos negros de tacón bajo. Lucía su cabello oscuro muy corto hasta el inicio de la nuca, dividido en dos partes. Casi no usaba maquillaje, salvo el color rosado que resaltaba en sus labios. Desde su delicado cuello y sus orejas, dos joyas brillaban en la oscuridad. No comprendí nada al inicio, tal vez fue mi incrédulo rostro lo que hizo que ella estallara en una sonora carcajada.
Liyita, -me interrogó- ¿No eres tú la que quiere escribir una obra de teatro sobre mí?
Un poco aturdida por escuchar el diminutivo familiar de mi nombre respondÍ:
Disculpe, no entiendo… pero usted se parece a … ¿es que acaso no es…?
Ana Teresa Parra Sanojo-afirmó.
¡Teresa de la Parra! –exclamé
Sí la misma que escribió los libritos Las Memorias de Mamá Blanca e Ifigenia.
¿Libritos? Yo diría librotes.
Librito lo dije por cariño, no siempre el diminutivo sirve para reducir, también lo podemos emplear para expresar mucho afecto, librito es una palabra más bien mimosa. ¿Y sabes? librote también podría significar mucho peso pero poco valor. Dime, ¿Y cómo piensas llamar la obra?
Teresa en Caracas.
Sabes que me gusta el título. Sobre todo por lo de Caracas. Siempre adoré Caracas, mentí muchas veces cuando inquirían sobre mi lugar de nacimiento. Realmente nací en París, donde papá se encontraba en misión diplomática. Pero yo siempre estuve impregnada por el perfume evocador de la tierra querida, situada en pleno trópico.
Caraqueña perdida en el lejano oriente.
¡Ah! Estás haciendo referencia a Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente. La que realmente hizo el viaje fue María, mi hermana, pero la escritora era yo y plasmé su aventura en el papel. Si mi memoria no falla escribí el diario en 1920, salió publicado en la revista Actualidades, dirigida por Rómulo Gallegos. No sólo tomé del viaje que emprendió María al Lejano Oriente también de otros viajes que hizo. ¿Por qué querías verme?
Quiero entrevistarte, Teresa. Escribir una obra de teatro requiere conocer muy bien los personajes, escudriñar los secretos más ocultos. Al menos eso es lo que me enseñó mi maestro de dramaturgia. Me dormí pensándote y ahora me despierto ante ti.
¿Acaso crees que has despertado? Conmigo sólo se puede conversar en sueños.
Suelo tener un sueño muy ligero, todo me despierta, hasta el sonido de las alas de una mariposa, entonces vamos a proceder a la entrevista, no quiero perder tiempo, podría despertar para mí pesar. ¡Pero qué cosa! No traje nada, ni una libreta.
Bien, eso no importa. Recordarás cada palabra que emerja de mis labios.
¿Cuando viviste en Venezuela siempre permaneciste en Caracas?
No siempre, desde antes de mis recuerdos viví en la hacienda Tazón, muy cerca de Caracas. Fue ese ambiente campestre y sencillo el que quise transmitir en mis Memorias. Pero cuando contaba con tan sólo 8 años, papá murió, al poco tiempo, mamá decidió que nos marcharíamos a España. Estudié en el colegio Sagrado Corazón, de allí son los personajes María Eugenia y su amiga Cristina de Ifigenia.
En la época en que escribiste prevalecía el Criollismo, lo masculino, lo elocuente, la política en la literatura. Tú te alejaste de esa tendencia.
Me mantuve firme a otras convicciones. Dejé a los hombres esos temas. Yo quise fortalecer lo femenino. Recuerda que en esa época la mujer era considerada débil y debía contar con el aval masculino, pero me rebelé a todo ello. Me fascinaba el habla coloquial caraqueña pero jamás quise que reproducirla fuera el fin de mi obra, sólo busqué emplearla como un recurso.
¿Recuerdas tus primeros escritos?
Fueron unos versos, estudiaba en el colegio por allá en 1909, todavía no tenía 20 años. Los compuse para el día de la Beatificación de la Madre Magdalena Sofía Barat. Recibí un reconocimiento, un premio escolar, fue el primero, desde ese día comencé a pensar que la escritura me venía bien. Era algo natural que en mi nacía, y la hoja y la pluma se convirtieron en mis compañeras inseparables.
Mis ojos se detienen en sus finos dedos, uno de ellos decorado por un hermoso anillo.
¿Es de esmeraldas tu anillo?
Esmeralda verdadera.
En estos tiempos no se pueden usar sin poner en peligro la vida.
Realmente es la sombra del que fue, porque el verdadero se lo dejé a una amiga cuando morí. Este anillo tiene una trascendencia en mi vida, y dudo que pueda ponerla en peligro ni en los tiempos antiguos ni en los modernos. Me lo dejó de legado mi gran amiga Emilia Ibarra. Nunca más quise desprenderme de él ni siquiera en este plano atemporal en el que continúo viviendo.
¿Quién fue Emilia y que significó para ti?
Emilia fue mucho más que amistad, trascendió ese sentimiento que por sí ya es profundo. Durante muchos años viví en su casa. Emilia Ibarra de Barrios Parejo era su nombre completo. Era para mí todo un mar de cariño. Después de su muerte no hice sino pedir limosnas de ternura y en las noches en mi cama buscaba mendrugos y al no encontrarlos las tristezas subían y luego bajaban por mis mejillas. Recuerdo que en los buenos tiempos, organizaba en su casa tertulias con escritores consagrados. Fue ella quien inspiró la creación de Mercedes Galindo en Ifigenia. Allí conocí a José Rafael Pocaterra quien me invitó a escribir en su revista Lectura Semanal. Emilia falleció en 1924, le dediqué Ifigenia: ¿recuerdas? A ti, dulce ausente, a cuya sombra propicia floreció poco a poco este libro. A aquella luz clarísima de tus ojos que para el caminar de la escritura lo alumbraron siempre de esperanza, y también, a la paz blanca y fría de tus dos manos cruzadas que no habrán de hojearlo nunca, lo dedico. Emilia era bella, pero además de bella, encantadora. Cuando hablaba parecía que se interpretaba a sí misma. Empleaba las manos, la boca, los ojos, la cabeza, la voz, la sonrisa, todo. Era sutil y armoniosa, poseía mil matices y a los mil los amé. Cuando murió me sumí en una tristeza sin final, llevé luto en el corazón el resto de mis días. A ella le debo haber vivido no con riquezas pero sí independientemente porque me dejó el usufructo de su fortuna, bajo la condición de que permaneciera soltera. Para mí no fue un sacrificio porque jamás quise atarme a ningún hombre pero a Emilia sí estuve atada. Conservé conmigo su fotografía. Cuando morí en 1936, dejé instrucciones expresas para que fuera colocada junto conmigo en mi ataúd. Mis emisarios cumplieron la tarea, sólo que de lo que de mí quedó fue trasladado dos veces. Una vez de España hacia el Cementerio General del Sur en Caracas y después a este panteón, a esta iglesia de la Santísima Trinidad que es donde hoy reposo y solamente retorno al mundo exterior en momentos especiales.
¿Teresa que había en ti de María Eugenia?
Todo y nada. Todo porque en este personaje están plasmadas las rebeldía juveniles y nada porque definitivamente siempre me rebelé contra las imposiciones de la sociedad en la que me tocó vivir. En mis tiempos, muy pocas mujeres escribían. Ése era un mundo masculino. Yo entré en ese ambiente, no me conformé con ser un elemento decorativo en las recepciones de los grandes cacaos de Caracas, de los amos del valle. Yo quise ser yo. Mucho se me criticó en la época en que viví en casa de Emilia, se decían atrocidades. Pero lo cierto es que lo que se hacía en aquellas sabrosas reuniones era discutir sobre las tendencias literarias, y artísticas en general. También ejecutábamos el piano o la guitarra y siempre había quien leyera sus poemas u otros escritos. Aquello era vivir. María Eugenia, no se conformaba con el papel que le tocó en la novela de su vida, se rebeló pero eso no fue suficiente, al final hizo lo que la sociedad le impuso. Yo en cambió no me dejé imponer nada. A mí nunca me gustó que el banquete fuera sólo para los hombres, yo irrumpí en él ¡y cómo lo disfruté! Ifigenia es eso, mis palabras en contra de la sociedad que no permitía a la mujer expresarse con su voz propia.
¿Se dice que fumabas y que hasta manejabas un automóvil que para la época eran cosas inaceptables en una mujer?
Si no me equivoco fui la primera mujer en manejar un automóvil en Caracas. Recuerdo como todos se detenían a mirarme.Las mujeres criticaban pero en el fondo sentían envidia y los hombres condenaban pero al mismo tiempo deseaban aproximarse a mí. Claro eso era tan raro, Caracas realmente era una provincia entonces. Cuando se enteraban de que yo conduciría, aquello era como un espectáculo público, un circo. Toda Caracas se asomaba a la ventana, toda Caracas se detenía en las aceras ¿Y yo? Felicísima. Toda Teresa, toda de la Parra.
¿Qué significó para ti Gonzalo Zaldumbide?
Yo sentía por los hombres terror, pero por Gonzalo sólo miedo. ¡Cómo me hubiera gustado que me quisiera con alma de mujer! El canto de su amor lo veía y sentía en todos lados, ¡tú y siempre tú, Gonzalo!, ¡hasta en el amor o en el deseo que se levantara a mi paso! A veces su amor me hacía sentirme triste, triste, triste.
¿Y Lydia Cabrera?
Una escritora cubana.

Lo sé pero, ¿Qué significó Lydia Cabrera en tu vida?
Fue mi amiga inseparable desde que la conocí en 1927 hasta mi muerte. Le dejé mi anillo de esmeraldas. A ella le debo la compañía y cuidados que tanto se requieren cuando estamos sufriendo de muerte. Me brindó mucho afecto. No olvido las inyecciones de aceite alcanforado que tanto me aliviaron, igual que sus palabras, su preocupación verdadera. Por mi enfermedad descuidó sus cosas, su atelier, su escritura. Se encerró conmigo en el sanatorio suizo, de vez en cuando regresaba a París para ver cómo estaban las cosas, aquel tiempo breve de separación era para mí muy largo. Mis últimos días fueron para ella noches de no dormir hasta que llegó el 23 de abril de 1936 cuando definitivamente abandoné a mi cabrita, a Lydia. Amiga Liyita, está por aclarar, me desvaneceré en instantes, pero recuerda si otra vez quieres hablarme, piensa en mí, porque yo aparezco cada vez que una escritora me piensa.

Ante mí se esfumó, y yo comencé a observar los mausoleos, como los otros visitantes que ya habían iniciado su entrada al imponente panteón, tratando de parecer normal, ¡pero qué va! Mi comportamiento estaba lejos de lucir natural. ¿y Cómo? Imposible. Acababa de entrevistar a Teresa de la Parra.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Caracas, la convulsionada de Ligia Álvarez

¡Qué tarde es! -Pensó- De inmediato recordó la imposibilidad de trabajar ese día. Lucía en realidad un tanto arriesgado. Caracas estaba convulsionada. Habría un recorrido desde el Este y una concentración que esperaría en el Oeste. Eran bandos contrarios, al parecer irreconciliables. Sin apuro, abandonó la cama y encendió la televisión. -Vienen para acá, van a pedir su renuncia- Condujo los pasos por el piso de cemento hasta el baño. De un envase sacó un poco de agua con un vasito. Lavó su cara y se cepilló los dientes como pudo. Después de secarse, caminó con lentitud hacia la cocina. Abrió la nevera. Sólo había agua. Nada más. Sabía también que ni en su cartera ni en la cajita donde solía guardar dinero tenía un céntimo. ¿Qué hago mi Dios?, ¿acaso hoy no voy a comer? De repente una idea iluminó su mente. –A un lado el temor, me voy a la concentración. Como los “contra” avanzarán hasta donde están congregados los “pro”, entonces aprovecho y les vendo a los dos grupos. Total a mí no me importa quien me compre, lo que me interesa es que lo hagan. Una vez vestida con la ropa que usaba para la calle, tomó la bolsa negra donde guardaba su mercancía. Salió. Había agitación y tensión afuera. Algunas personas corrían tratando de alcanzar cualquier sitio donde estar seguros. Ya se sentían los gases y el olor a pólvora. Le costó abrirse paso entre el gentío, pero lo hizo. En una esquina colocó el mantel, y una a una dispuso las cajitas de algodón, los cortaúñas, las revistas usadas, las cintas adhesivas y las pilas. Cerca, un niño de la calle caraqueña saboreaba un mango. En ese momento entre consignas, pitos y boinas, sonaron varios disparos. La multitud huyó. Ella no tuvo tiempo de nada. Cayó fulminada de un tiro sobre el sucio pavimento, justo al lado del niño de la calle caraqueña que tampoco comprendió lo que estaba pasando. (Relato inspirado en hechos acaecidos en abril de 2002 en Caracas)Ligia Álvarez

miércoles, 26 de abril de 2017

EL FANTASMA, LA CLARIVIDENTE Y EL CABALLO

EL FANTASMA, LA CLARIVIDENTE Y EL CABALLO 
 Cuentan los ancianos del municipio Pedro María Freites del estado Anzoátegui que desde hacía mucho tiempo, durante la medianoche se escuchaban los galopes de un caballo y el sonido como si dos metales colisionaban. Cuando las personas, ocultándose tras las cortinas, se asomaban por las ventanas, un horror las invadía al ver un caballo sin cabeza con una silla de montar. Se dice que los que percibían aquel espectro experimentaban una fiebre por tres días.

En la casa de los García, localizada en el municipio mencionado, sucedía algo que guardaba relación con el hecho antes narrado. Allí, penaba un hombre, varios habitantes de la casa lo vieron. Vestía un pantalón blanco y una camisa de rayas, solía pasar por debajo de los chinchorros y dar fuertes golpes en los colchones de las camas y hasta se sentaba en ellas. Muchas veces apagaba los ventiladores y las velas. En una ocasión, incluso, encendió el televisor y la radio. Sus apariciones también sucedían en el patio. Un día un niño espantado lo vio y contó que le señalaba con el dedo hacia un lugar específico. Al día siguiente, los hombres de la casa iniciaron la excavación con la esperanza de encontrar un gran tesoro. Después de pasar veinticuatro horas en tan afanosa tarea, hallaron el cadáver de un caballo sin cabeza. La noticia se difundió por el municipio. Los vecinos decían que se trataba del mismo caballo que atemorizaba por las calles. El corcel dejó de aparecer, pero el hombre, todos los días, se dejaba ver por alguien de la casa o algún visitante.

 Un día, doña Francisca visitó la casa de los García. De esta mujer se comentaba que era clarividente, que tenía la facultad de comunicarse con los fallecidos, la verdad es que sentía mucho interés por descubrir el misterio del hombre y el caballo. Pidió que la llevaran hasta el patio. Se sentó bajo la sombra de una mata de mango y encendió un tabaco. Varias veces sorbió aguardiente blanco. Pasados varios minutos su voz comenzó a cambiar, ya no era la de ella, sino la de un hombre que se expresó a través del cuerpo agitado de la anciana. Pidió que le trajeran un espejo cuerpo entero. Lo colocó frente a ella y todos pudieron ver el reflejo de un hombre con el pelo liso y rasgos indígenas. Además, no pisaba el suelo. Callaron y prestaron atención a la voz que aclararía las apariciones: “Quiero que se vayan de la casa, cuido mi dinero que enterré aquí. Mi caballo y yo fuimos sacrificados por él y no pienso dejarlo jamás, fuera de mi casa” –Indicó con voz ronca. De repente, doña Francisca volvió a ser ella. Expuso que haría otra sesión en tres días a las doce  de la noche, pero que no debía haber nadie en la residencia para ella poder comunicarse con el difunto. Prometió que la vivienda sería despojada del maleficio y que convencería al fallecido de retirarse a descansar en paz.

 Los vecinos de la calle vieron cuando doña Francisca llegó en un vehículo con dos fuertes hombres que la acompañaban, ambos cargaban grandes sacos como donde se transporta el arroz en granos. Nadie sabía con certeza que haría, todos suponían que alejaría al espíritu de la casa.

 En el tiempo acordado regresaron los dueños del caserón y se encontraron con que todo el patio había sido excavado. Además, vieron una caja de madera abierta y vacía. Comprendieron lo que había ocurrido. A doña Francisca nunca más la vieron. La fueron a buscar a la humilde morada donde habitaba, y la encontraron abandonada. De los hombres menos se supo. El fantasma siguió saliendo y desde entonces también escuchaban sus lamentos por la pérdida de su fortuna, la que no disfrutó ni en vida ni después de la muerte.

sábado, 4 de marzo de 2017

FLORES Y ARSÉNICO de Ligia Álvarez. (Fotos de su primer montaje)


FLORES Y ARSÉNICO

de Ligia Álvarez

 

Los actores de Flores y Arsénico en la televisión antes de la presentaciones en el CELARG



 

martes, 31 de enero de 2017

EL MAJARETE VENEZOLANO CON POESÍA, AMOR Y OTROS INGREDIENTES





EL MAJARETE VENEZOLANO CON POESÍA, AMOR Y OTROS INGREDIENTES




Postre que nos dan a probar


tanto cocineros consagrados,


como señoras y señores de hogares adorados.


Cuando se saborea un poco, nuestro paladar


nunca más lo podrá olvidar.


Su contextura suave se desplaza


produciendo dulce delicia que nos acaricia.


LOS INGREDIENTES


El majarete se degusta en cualquier época del año sin hacerle al cuerpo ningún daño. Sin embargo, para nadie es un secreto esto: la Semana Santa y este platillo, con frecuencia, van tomados de la mano.


Para la religión es un plato profano, en realidad no se puede considerar villano y es del gusto de cualquier ser humano, inclusive de alguien de algún lugar muy lejano.


Sus dos ingredientes básicos son un coco y una taza de harina de maíz, siendo ambos elementos tan importantes y primordiales por lo que no son de ninguna manera rivales. Vieron la luz en nuestra América, considerados de los dioses goces y es por ello que los venezolanos los adoramos igual que lo hicieron nuestros coloniales niños, jóvenes y ancianos. Estos componentes son manjares de ufanos artesanos de su alteza la naturaleza.


Además de los ingredientes ya mencionados, hay otros más adicionados:


Se necesitan dos tazas de agua tibia y cristalina que nada más de verla alucina,


y cuando se prueba embelesa como si alguien te besara la cabeza.


Son obligatorias dos tazas de leche de vaca para que la mezcla no quede opaca.


Requieres de un cuarto de kilo de papelón, elemento esencial como en la limonada, es el limón. La panela como también se le llama es más natural que el azúcar, endulza de manera sana sin ser refinada industrialmente, ¡vaya información! Es para prestarle gran atención.


También se precisa de clavos de olor y polvo de canela, que dan la fragancia y el sabor que en una receta se anhelan.


Agrega un puntico de sal, lo cual te lo agradecerá cualquier comensal por no quedar el postre empalagoso negándole el cabal gozo.


LA PREPARACIÓN


No le dejes al coco la vestimenta marrón ni la negra tampoco. Quédate con su pulpa blanca que te volverá agua la boca.


Córtalo en cuadritos y licúalo con una taza de agua tibia, hasta la savia obtener para ponerla a valer.


Filtra esta primera mixtura y licúa el bagazo como un hechizo con la otra taza del vital líquido.


Obtendrás dos tazas de leche de coco, como si fuera poco.


Una de ellas se une sin pena a la harina junto con dos tazas de leche de vaca que la sed aplaca y se licúa de manera constante sin detenerse antes.


Lleva la mezcla al fuego lento y mantente atento, agrega los clavos de olor y la sal y así adquirirá el delicioso sabor ancestral.


Al empezar a hervir añádele el papelón y la otra taza de leche de coco, deja que hierva por quince minutos hasta que se convierta en una especie de atol, si hasta ahora todo está bajo control.


Derrama la mezcla sobre moldes de peltre no muy hondos y deja que cuaje y enfríe antes que el apetito arrecie.


Ya frío, haz que llueva canela en polvo sobre cada majarete en su molde y pide a tu familia que se acomode.


¡Ah!, casi se me iba a olvidar: reserva un platico para obsequiar a algún vecino con quien quieras cultivar amistad, te lo agradecerá y más nunca te abandonará.


















Texturas. Voces femeninas del teatro venezolano contemporáneo (2)

  Texturas. Voces femeninas del teatro venezolano contemporáneo (2)